Editorial
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Resumen
En la actualidad, el desarrollo económico como tal enfrenta nuevos desafíos para los países que, como los de América Latina, ya deben privilegiar aquellos acuerdos que no paralicen sus economías. Cancún 2003 representó sin duda alguna el fracaso del multilateralismo a partir del rechazo del G-22 a la propuesta que los países desarrollados quisieron imponer en este foro de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Fue una alerta para los países subdesarrollados frente al bilateralismo que seguramente Estados Unidos, después de este evento, querrá implantar en algunos países latinoamericanos, entre ellos, aquel con el cual mantiene estrechos vínculos por razones geopolíticas y geoeconómicas como es el caso de México. Esta señal de alarma de algún modo también es percibida por los países del Cono Sur. Por otra parte, no se debiera olvidar que este foro ha servido para reforzar los lazos de los países pobres en sus relaciones económicas. A ello responden los actuales propósitos del MERCOSUR que se expresan en la voz de algunos de sus miembros cuando dicen que: “En lo interno, tenemos que consolidar el crecimiento, la inversión, la producción, las políticas industriales, generar intercambios comerciales, turísticos e institucionales. En lo internacional es fundamental que Brasil y Argentina tengan una posición muy clara ante los organismos multilaterales, como una forma de que la región sea tratada como tal y que no se nos impongan nuevos ajustes que paralicen nuestras economías”. Esta propuesta del nuevo presidente de Argentina es reafirmada por el actual gobierno brasileño, quien parece haberse instalado en una respuesta contundente al FMI cuando afirma que: “si durante veinte años la tesis que prevaleció era la del ajuste fiscal, ahora es necesario privilegiar la del crecimiento, la del desarrollo económico”.
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